jueves, 29 de mayo de 2014

Lapidan a una mujer embarazada de 5 meses por casarse por amor

  • 'Su bebé murió en el vientre', ha lamentado su hijastro
  • Una docena de hombres la mantaron lanzándole ladrillos
  • Su padre, dos hermanos y su antiguo prometido, entre los agresores
La policía recoge pruebas cerca del cuerpo de Farzana Iqbal,
 lapidada por su familia, en Lahore.
 REUTERS

La mujer lapidada por su propia familia en Pakistán por haberse casado con el hombre que quería estaba embarazada de cinco meses, según ha determinado la autopsia y ha revelado a Reuters su hijastro este miércoles.

Farzana Iqbal, de 25 años, fue lapidada por su familia frente a un tribunal en Lahore, en el este del país, en un 'crimen de honor'. "Su bebé murió en el vientre", ha lamentado Muhamad Aurangzeb, hijo de su marido, precisando que la Policía solo ha abierto una causa por un único asesinato. La mujer ya ha sido enterrada cerca de la ciudad de Faisalabad.

La joven estaba esperando a que el Tribunal Superior de Lahore abriera cuando un grupo de una docena de hombres la ha atacado lanzándole ladrillos, según relató Umer Cheema, un alto cargo policial. Su padre, dos hermanos y su antiguo prometido figuran entre los agresores, precisó.

Todos los sospechosos, salvo el padre, han escapado. Este ha reconocido el asesinato de su hija, según Cheema, y ha explicado que se trataba de una cuestión de honor. Muchas familias paquistaníes consideran que el hecho de que una mujer se case con un hombre de su elección provoca la deshonra de la familia.

Comprometida con su primo

Iqbal había sido comprometida con su primo pero se casó con otro hombre, explicó Cheema. Su familia había registrado una denuncia por secuestro contra el hombre pero Iqbal había acudido al tribunal para argumentar que se había casado por su propia voluntad, según el responsable policial.

Un millar de asesinadas

Alrededor de un millar de mujeres paquistaníes son asesinadascada año por sus propias familias en crímenes de honor, según la Fundación Aurat, un grupo de defensa de los Derechos Humanos paquistaní. Sin embargo, esta organización advierte de que la cifra real probablemente sea muy superior, ya que ellos solo recopilan los asesinatos que aparecen en los medios. El Gobierno paquistaní no elabora estadísticas nacionales.

Según los activistas, muy pocos casos llegan a los tribunales y los que lo hacen tardan años en resolverse. Incluso aquellos que terminan en una condena muchas de las veces acaban con los asesinos en libertad. La legislación paquistaní permite a la familia de una víctima perdonar a su asesino.

Pero en los crímenes de honor, muchas de las veces los asesinos de las mujeres son sus propios familiares, subraya Wasim Wagha, de la Fundación Aurat. La ley les permite encargar a alguien llevar a cabo el asesinato y luego perdonarle. "Este es un gran vacío en la legislación", denuncia. "Estamos trabajando muy duro en este asunto", asegura.

Conmoción en la ONU

Entretanto, la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, ha expresado en Ginebra su conmoción por este caso. "Ni siquiera quiero usar la frase 'crimen de honor': no hay el más mínimo vestigio de honor en asesinar a una mujer de este modo", ha denunciado en un comunicado.

"El hecho de que fuera asesinada cuando se dirigía al tribunaldemuestra un serio fracaso del Estado a la hora de prestar seguridad a alguien que, dado lo comunes que son estos asesinatos en Pakistán, estaba obviamente en peligro", ha lamentado.

"Las personas que llevan a cabo 'crímenes de honor' raramente son perseguidas e incluso cuando lo son, a menudo reciben penas absurdamente muy ligeras, considerando que hay cometido un asesinato premeditado", ha subrayado Pillay.

"Esto es inaceptable y es claramente la responsabilidad del Estado y del sistema judicial trabajar seriamente para disuadir de tales crímenes y garantizar que las personas que los cometen son llevadas ante la justicia", ha remachado.

Fuente: El Mundo

Para saber más sobre los crímenes de honor, pulsa aquí

Las vírgenes juramentadas de Albania, la única forma institucionalizada de cambiar de género en Europa


Parece mentira que una tradición que se remonta al siglo XVI pueda subsistir en nuestros días pero así es. Algunas por imposición de sus familias, otras por voluntad propia, vivir como hombres era para algunas mujeres la única forma de conservar su honor y resistirse a las normas sociales del viejo y casi extinguido código del Kanun, un conjunto de leyes desarrollado por Leke Dukagjin, que prohíbe a las mujeres votar, conducir, ganar dinero o llevar pantalones. Se supone que el Kanun interpreta que las mujeres son propiedad de sus maridos pero las vírgenes juramentadas de los Balcanes gozan de privilegios: pueden beber alcohol, fumar, hacer las labores propias de un hombre como cazar, ganar su propio dinero, llevar ropa masculina y hasta tener armas, a cambio renuncian para siempre al sexo y a su parte femenina, se cortan el pelo, incluso se cambian de nombre y hacen un juramento que realizan ante los ancianos de la comunidad y, desde entonces, son tratadas como un hombre más, sin distinción de otros.


Se las denomina Burrnesh, término que proviene del albanés Burré (Hombre) y aunque actualmente parece que sólo hay vírgenes juradas en Albania y Kosovo, en el pasado también se hallaban en Serbia y Montenegro. La conversión de estas mujeres a vírgenes eternas no tiene nada que ver con razones religiosas ni políticas sino más bien prácticas tales como no haber un hombre en la familia que pueda heredar las propiedades familiares, honrar a un padre o hermano, acceder a privilegios que siendo mujer no pueden, rechazar un ofrecimiento de matrimonio. En definitiva, para poder vivir en unas tierras donde si la vida para los hombres es difícil, para las mujeres lo es aún mucho más. Lo más curioso es que estas vírgenes están totalmente aceptadas e integradas socialmente y, de hecho, contar en una familia con alguna de ellas es casi un honor, puesto que la renuncia que hacen de su sexualidad se entiende como un sacrificio honorable.




En la actualidad, viven todavía algunas docenas de vírgenes juramentadas en Albania. Proceden casi todas del norte, el área más tradicionalista y rural del país. Aunque la toma del papel masculino debía realizarse de forma voluntaria, en realidad, a menudo la presión de los miembros del clan tenía una gran importancia.

La falta de miembros de la familia masculinos en el sudeste europeo tiene a menudo su origen en la venganza institucionalizada, que se encontraba muy extendida y en la que a menudo se asesinaba a todos los hombres de la familia. Con una mujer como jefe del clan familiar, el problema podía ser solucionado por lo menos por una generación. Pero la existencia de la familia sólo estaba asegurada si todavía vivían niños menores que pudiesen tomar posteriormente la posición de su tía.



La fórmula institucional era sencilla: la mujer se presenta ante un gremio al que pertenecían los doce hombres más importantes del pueblo y juraba castidad. Posteriormente podía llevar armas y tomar la jefatura de la familia. Con este papel era reconocida y respetada como miembro de pleno derecho en una sociedad dominada por los hombres. 

Hace años, si una burrnesha rompía su juramento debía morir, pero ahora la pena no se aplica. Sin embargo, muchas vírgenes juradas no regresan a su condición de mujeres porque su comunidad las rechazaría por romper el juramento. La mayoría de ellas se han acostumbrado a su realidad y viven a gusto con los privilegios que les permite tener su condición masculina.



Las mujeres se convertían en hombres no sólo cuando faltaban varones en casa, sino también en caso de rechazo al novio que les había escogido el padre. Este fenómeno social tiene sus raíces en el código medieval de Lek Dukagjini, que rigió la vida social y económica de los montañeses albaneses católicos y musulmanes entre los siglos XV y XIX. Es el caso de Qamile Stema, una octogenaria que se muestra satisfecha con su vida de hombre, al declarar que no se ha peleado nunca con ellos: "Me han tratado como a un hermano y no son cotillas como las mujeres", asegura riéndose. A pesar de haberse quedado sola asegura que no se ha arrepentido de su vida.

Qamile era la hija pequeña entre ocho hermanas. Juró por voluntad propia hace casi ocho décadas que nunca se casaría, y que permanecería virgen hasta el fin de su vida. "Hice este sacrificio por mi mamá que se quedó sola porque mi padre murió muy joven y ella tenía que criarnos a nosotras", confesó Qamile desde su humilde casa en la aldea de Barganesh, a unos 50 kilómetros de Tirana.

Qamile, que tiene ahora cerca de 90 años, ocupó el lugar de su padre, se cortó el pelo, se despojó del vestido y se vistió con la indumentaria ´brekushe´ (pantalones negros anchos, chaleco, camisa y gorra blanca), típica de los hombres de la región de Kruja.

Lo único que resulta extraño en el conjunto es la pistola que solía meterse en la cintura para protegerse de una posible agresión. Éstas eran algunas de las obligaciones impuestas por 12 hombres llamados garantes, cuya misión era vigilar el cumplimiento del juramento que las vírgenes habían hecho ante ellos.


Y es que en los Balcanes la vida es más que dura. Por ejemplo, si alguien mata un animal de un vecino, éste tiene derecho a cobrarse la venganza e incluso ‘tiene todo el derecho’ de matar al hijo del que le hizo la afrenta. Las vendettas se traspasan de generación en generación y la única forma de conservar al primogénito era que la mujer de la familia se convirtiera en cabeza visible. Hoy por hoy este tipo de prácticas nos parecen salvajes e inhumanas pero es una realidad en una sociedad donde imperan las costumbres más retrógradas y en el que la mayoría de los hombres siempre van armados.

Comportamientos similares han sido observados en algunos pueblos de América del Norte y Asia. La existencia de vírgenes juramentadas es mencionada por primera vez por viajeros europeos occidentales a finales del siglo XIX. El fenómeno ocurre entre los albaneses, los eslavos del sur y los gitanos, así como en menor medida entre los rumanos y los griegos, sin diferencias entre las distintas confesiones religiosas. La institución se reducía a regiones agrícolas remotas, donde se continuaba viviendo en grupos de familias y clanes arcaicos. Mientras que este comportamiento se mantuvo extendido entre estos pueblos hasta bien entrado el siglo XX, los cambios sociales y la modernización de las últimas décadas han provocado la práctica desaparición del fenómeno.

Autor Fotos: Jill Peters
Fuente: Ragap


jueves, 22 de mayo de 2014

Las "bacha posh",niñas disfrazadas de niños para poder trabajar, estudiar, divertirse y vivir.

Reproduzco la entrada publicada en Mujerícolas.



Ser niña no es fácil en ninguna parte del mundo. Ni siquiera en los países occidentales, donde los padres eligen tener una niña antes que un niño. Si esto es así en los países donde existen derechos reconocidos para las niñas, en los países donde ser niña es ser menos que los muebles que adornan la casa, muchas niñas son obligadas a disfrazarse de chicos por sus padres. En Afganistán es una práctica común, pero se hace ocultamente. Condenada por el Islam, esta tradición es un tabú. En una sociedad extremadamente patriarcal, nacer niña es una carga. Ir vestidas como un niño es una forma de escapar a esa condición. Se hacen pasar por chicos para poder trabajar, estudiar, divertirse y vivir. Poco a poco, aprenden a ser libres.


1.Niñas que se hacen pasar por niños por “el estigma social” que supone no tener niños:
En una sociedad patriarcal, el niño asegura el futuro del linaje. Es una cuestión de honor para muchos afganos .Esto lleva a algunos padres a tratar de cambiar el género de sus hijas. Así, durante años las visten de niño para poder presentarlas a familiares y amigos como vástago heredero. Se trata de una práctica centenaria que recientemente ha suscitado condenas por parte de grupos de defensa de los derechos humanos.

Pulsando sobre este enlace podrás ver el documental de la BBC sobre este tema

2.Niñas que se hacen pasar por niños para poder trabajar:
El documental“Niña, tú serás niño” acompaña a cuatro chicas que fueron elegidas para convertirse en el hijo varón que sus padres anhelaban. Shabina se ha convertido recientemente en bacha posh (expresión en dari que significa literalmente vestida de niño) para ayudar a su padre gravemente discapacitado y responsabilizarse de todo. El padre de Shabina tiene miedo a la calle, pues es a la calle adonde ella sale cada día a recoger basura y papel desechado, que luego vende a los recicladores. Allí se junta con otros niños. Todos la llaman Zahid, su nombre de varón, su nombre de calle.


Mariam es un bacha posh desde los cuatro años. Hoy es una adolescente que se niega a volver al redil. La única concesión que hace es llevar el velo para ir a la escuela. Los padres de Mariam piensan que es el momento para que ella cambie de nuevo y vuelva a ser una chica pero ella está desesperada y se aferra a su identidad masculina. Naheed echa de menos la libertad que ser hombre le dio y continúa rebelándose contra la sociedad jugando al fútbol. Actualmente, ha encontrado un pequeño trabajo: es la encargada de la maquetación de la revista de la Federación de Fútbol de Afganistán. Es un refugio para ella. Aquí, nadie la juzga por su pasado o sus opciones.


Jack tiene claro que nunca volverá a ser una mujer. Hubo un tiempo en el que Jack se llamaba Belquis, una niña que había nacido en una familia sin varones. Para evitar el deshonor de no tener un hijo, los padres decidieron convertir a su hija pequeña en un bacha posh. Pero incluso después de tener hermanos, Jack no quiso volver a ser Belquis. Ha conservado su ropa de chico, en contra de la opinión de todo el mundo. Tiene ahora 25 años y está a punto de ir a Europa para dar una conferencia sobre las mujeres en Afganistán.



Naheed echa de menos la libertad que ser hombre le dio


Documentales :

martes, 6 de mayo de 2014

Asesinos sin honor

20.000 mujeres mueren cada año a manos de sus familiares en todo el mundo, víctimas de los denominados “crímenes de honor”

Su único delito es su valentía, la de contravenir la tradición y la costumbre



Unas 20.000 mujeres mueren cada año a manos de sus familiares en todo el mundo, víctimas de los denominados “crímenes de honor”. Son tiroteadas, apuñaladas, degolladas, lapidadas, envenenadas, decapitadas, electrocutadas, quemadas o enterradas vivas como castigo a su comportamiento, entendido como impío, inmoral, indecente o pervertido. Sólo su sangre, dicen sus asesinos, puede limpiar la reputación del clan. El delito de estas mujeres es su valentía: la de contravenir la tradición y la costumbre, bien sea defendiendo su derecho a vestir de una manera, a estudiar una carrera, a dedicarse a un empleo mal visto entre los suyos, o eligiendo una vida sentimental y sexual libre, renegando de los matrimonios forzados, de las alianzas que se tornan en palizas e insultos, de las expectativas de su comunidad.

Yasmin fue encerrada por su padre cuando tenía 16 y la violaba, prostituía, pegaba
 y quemaba con productos químicos. / 
SAMAR HAZBOUN

Cariño y oxígeno es lo que buscaba Tamar Zeidan, una joven de 32 años asesinada en diciembre en una tierra, Palestina, donde las muertes por honor se han duplicado en un año, pasando de las 13 de 2012 a las 27 del pasado 2013. Van cinco en lo que llevamos de año. Su caso aún se narra en voz baja en su pueblo de Deir Al Ghusun, poco más de 8.000 habitantes, cerca de Tulkarem (Cisjordania). Su padre, Munther, la estranguló mientras dormía la siesta. Lo hizo después de que se colgara en las cinco mezquitas del pueblo un comunicado, firmado por 51 allegados, en el que se exigía “el restablecimiento de la moral” en la familia tras los “actos vergonzosos e indignantes” que Tamar había protagonizado.

Tamar Zeidan fue estrangulada por su padre para
 “el restablecimiento de la moral”
en la familia. / 
POLICÍA CIVIL PALESTINA
La joven, casada a la fuerza a los 15 años, llevaba cuatro años divorciada y había regresado a su hogar paterno tras tener que renunciar a la custodia de sus tres hijos. Desde el pasado verano, se había encontrado en algunas ocasiones con Iyad Nalweh, un hombre que la pretendía como segunda esposa. Iyad fue visto una noche a las puertas de la casa de Tamar. Unos vecinos se acercaron a atacarle o “proteger el honor” de la joven, según sus alegaciones ante la Policía. La disputa acabó con detenciones varias, Tamar exiliada en casa de su hermana en Ramala y un rumor, potente, que decía que la pareja llevaba tres días encerrada en la vivienda, sola, sin más testigos de sus actos. “Eso no es posible. Yo estaba ingresada en el hospital y ella estaba conmigo. Sé que era mentira”, relata su madre, Laila, con la voz ronca y cansada.

Pese a su certeza, a su absoluta confianza en el “buen” comportamiento de su hija menor, siguieron corriendo los panfletos y las amenazas. Su propia familia extensa amenazaba con desterrar a los Zaidan si no reprendían a su hija. Comenzaron encerrándola en casa y quitándole el teléfono móvil, confiesa la madre. A la jauría no le parecía suficiente. “Empezaron a decir que mi marido estaba loco. Iban a lograr nuestra ruina”, trata de justificar la madre. La “presión”, dice, era mucha, y Munther decidió matar a la joven. “No quería hacerlo. Tuvo que ceder”, repite la madre. Entre los que azuzaron el castigo estaba un legislador local, Abed Al Rahman Zeidan, familiar y miembro de Hamás, quien dijo a la Agencia Maan que su objetivo era “proteger las costumbres conservadoras y tradicionales de la familia”. Una tía de Tamar hizo una fiesta el día de su funeral, cuenta una vecina de los padres, Suha. La “vergüenza” de la familia había volado, a su juicio.

La periodista Rana Husseini, autora del libro Asesinato en nombre del honor, escribe que estos crímenes no tienen una raíz religiosa, como suele pensarse en Occidente, sino meramente “cultural”, que se basa en códigos de moral y en una serie de comportamientos bendecidos o demonizados dentro de un clan o una tribu, con grados de lo que se entiende por “honorable”. Husseini se topó con esta realidad como redactora de sucesos en el diario The Jordan Times. Un tercio de las mujeres asesinadas en Jordania lo son a manos de sus familiares. La autora ha podido constatar que los casos se dan entre personas de todo credo, formación y clase social, pero donde sigue interiorizada la idea de que la mujer es “propiedad” de la familia y un mero rumor o sospecha es ya un pecado que redimir. Para ella, víctimas son las muertas y también, en no pocas ocasiones, quienes las ejecutan, atrapados por la disyuntiva de deshonrar aún más a la familia si no atacan o de ser un héroe y matar a un ser querido.

Frente a la violencia doméstica convencional, en estos casos se pasa del control del individuo, del esposo o del marido, al de la “colectividad”, por lo que hay un alto número de autores potenciales de la muerte, de testigos y también de cómplices. Y como los problemas no se pueden airear ni hay una red del Gobierno especialmente protectora ante unos casos que son “tabúes”, no hay una estructura policial, fiscal o judicial a la que acudir. “Tienes que acusar a quien adoras. Es muy difícil”, reconoce Alima –nombre ficticio-, una joven palestina que prefirió exiliarse a denunciar. “¿A qué Policía se lo contaba que no conociese a mi familia? ¿Quién me iba a dar cobijo?”, se pregunta. Alima no quería casarse con el primo lejano y pudiente que le habían buscado. Quería hacer lo que hace ahora: estudiar Derecho. “No quería tener cuatro hijos con 22 años, como mi madre. Quiero aprender y ver mundo. Y elegir mi pareja. Soy religiosa y cumplidora. Lo que no entiendo es la imposición”, dice vía correo electrónico.

SAMAR HAZBOUN


Mi madre murió cuando era pequeña. Nunca pude encontrar ninguna prueba de su vida. Después, descubrí que mi padre la había asesinado porque ella le había traicionado. "La hija de una puta", así es como él se refería a mí. Me pegaba y rociaba la cara con un spray con pimienta.Decidí suicidarme y salté por la ventana". Raghad, Palestina.

La desprotección es casi absoluta, apenas prestan apoyo algunos centros de acogida, la mayoría privados o de iniciativa religiosa, como el de las Hijas de la Caridad de Belén, hasta donde acuden chicas escapadas de sus casas, embarazadas en la mayoría de los casos, buscadas para morir después de hacer sido víctimas de violaciones –de desconocidos o allegados- porque el abuso se entiende también como una actividad sexual ilícita. Iskandar Adnon, trabajador social del centro, indica que muchas de las jóvenes llegan tras haber tomado hierbas abortivas, usando vendas y fajas para tapar su gravidez. A veces caminan por toda Cisjordania, temerosas de tomar un autobús y toparse con un conocido, en un intento desesperado por lograr el anonimato y la libertad. De vez en cuando atienden a mujeres con cicatrices tras uno o varios intentos de suicidio, incitadas a matarse por el bien de la familia o desesperadas por su persecución. En su memoria, los casos que no pudieron atender a tiempo, como el de una muchacha con discapacidad mental violada en Hebrón y asesinada porque llevó la “sospecha” a su casa, de la que habían sido avisados pocas horas antes del crimen. También han recogido de la calle a bebés abandonados con notas que explican la muerte de sus madres, hijos de los que sus tíos o abuelos reniegan.

“El mayor problema es de educación –resume Adnon, vehemente–. Hay que cambiar ese concepto tribal de que una mujer daña a su entorno y de que se pueden controlar sus elecciones y su cuerpo. A veces es complicado porque la mujer, además, tiene un uso de negocios, de trueques y alianzas, pero ese patrón no sirve en el siglo XXI. Y el otro problema es la impunidad”, añade. La mayoría de códigos penales de los países más tolerantes con esta carnicería se aferran a leyes arcaicas que apenas imponen unos meses de pena. En el caso de Palestina, en 2011 se remodeló la norma, que contemplaba seis meses de condena por muertes de honor, pero aún quedan restos en el articulado, vestigios del Imperio Otomano, a los que se aferran los agresores, que a lo sumo cumplen un par de años de pena.

SAMAR HAZBOUN

Mis padres solían pelear todo el tiempo. Cuando disgustaba a mi madre, él (mi padre) me pegaba. Tenía miedo de él todo el tiempo. Me agarraba por el pelo y me golpeaba la cabeza contra la pared. Si lo recuerdo, no puedo dormir. Casi me asfixia cuando me metió la cabeza en el inodoro y tiró de la cadena". Nadine (palestina), quien se niega a referirse a su padre como "papá".

En Gaza –donde el 22 de febrero cayó la última joven, Islam Al Shami, 18 años, apuñalada en el cuello mientras rezaba, a manos de su propio hermano, por supuesta causa de honor– nadie ha pagado con más de tres años, informa Raji Sourani, director del Centro Palestino por los Derechos Humanos (CPDH), quien constata que a veces el crimen se le encarga a un niño de la familia para que, así, no pase de unos meses en el reformatorio. En Jordania la condena media es de siete meses y medio, aunque al menos ya se debate el tema públicamente, gracias al interés tomado por la hoy reina viuda de Jordania, Noor, que rompió la “conspiración de silencio”, como la llama Husseini; las penas aún no se han modificado.

“Los indultos y las suspensiones de penas son comunes. Hace falta un cambio total de la ley”, defiende Hanan Ashrawi, miembro del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que exige a su compañero, el presidente Mahmud Abbas, una apuesta clara contra estos crímenes. En Palestina la repuesta suele ser, se duele Ashrawi, que hay cosas más importantes por las que luchar, como la ocupación israelí. “Estamos luchando por la libertad y la dignidad humana. ¿Cómo se puede privar a la mujer de estos derechos?”, se indigna. Surayda Hassan, directora general del Comité Técnico de Asuntos de la Mujer, reconoce el repunte en las muertes, pero dice que “no está claro” si se debe a que hay más crímenes o es que ha crecido la “información” que se tiene de ellos. La sensibilidad, defiende, es cada vez mayor, por la difusión de la prensa y el aumento del activismo femenino, pero también los focos de sospecha, como la mejora en las telecomunicaciones, las redes sociales o la mayor mezcla de población con el crecimiento de los núcleos urbanos palestinos.

Ashrawi confiesa que lleva desde noviembre sin poder tratar de nuevo el tema con el presidente Abbas. No ha habido avances. “Hay que enjuiciar a los perpetradores, someterlos a unas penas similares a las de los demás asesinatos y añadir los agravantes de parentesco, que hacen aún más terribles los crímenes”, insiste el CPDH.

La media de edad de las víctimas de los crímenes de honor es de 23 años

Un estudio elaborado por Phyllis Chesler, profesora emérita de Psicología del Richmond College de la Universidad de Nueva York, indica que, según el último informe delFondo de Población de Naciones Unidas, que data de 2000, se calcula que hay 5.000 mujeres muertas por crímenes de honor al año. Sin embargo, sólo en India o Pakistán ya se registran mil en cada uno, por lo que tanto Human Right Watch como Amnistía Internacional manejan como más acertada la cifra de 20.000, afinada por el periodista del The Independent Robert Fisk tras una investigación de campo que le llevó a cinco países en 2010.

Los casos se han “acelerado significativamente”, dice Chesler, desde 1989. La media de edad de las víctimas es de 23 años, aunque se dan dos grupos diferenciados: las adolescentes y las madres adultas. Algo más de la mitad son hijas o hermanas de su asesino y un cuarto son sus novias o esposas. Dos tercios de las asesinadas caen a manos de su familia de origen, sin intermediarios, y en un 42% de los casos hay múltiples autores. La mitad de las mujeres fueron torturadas, abunda el estudio: violaciones masivas como castigo de su falta de pureza, apedreamientos, golpes…. Priman los casos en los que las fallecidas fueron perseguidas por ser “demasiado occidentales” o resistirse a obedecer las expectativas culturales o religiosas de los suyos (58%); el resto son atentados contra su libertad sexual –relaciones no consentidas, extramatrimoniales, homosexualidad…-. Otro estudio, de la Universidad de Cambridge, constató el pasado junio que casi la mitad de los hombres y una quinta parte de las niñas de Jordania entienden que matar a una mujer que ha “deshonrado” a los suyos está “justificado”.

La tragedia está saltando también ya a Europa, Estados Unidos y Canadá, que están viendo cómo también en sus territorios se repite esta tradición mortal, sobre todo en emigrantes asiáticos y africanos de segunda y tercera generación. Sólo en el Reino Unido se dieron 12 muertes el pasado año y hasta se ha creado una unidad judicial contra matrimonios forzados. No es exclusivamente un fenómeno exportado. Como recuerda el informe de Naciones Unidas, hasta 1980 el código penal de Italia no recogió estas muertes como asesinatos y se liquidaban con bajas penas. Es otra forma, diferenciada y feroz, del general intento de sometimiento de la mujer en todo el mundo.

Fuente: El Pais

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