viernes, 28 de agosto de 2015

Las extrañamente ridículas “enfermedades” del siglo XIX que solo afectaban a las mujeres

La ciencia y la mujer no siempre han tenido una relación sencilla, ya sea como investigadoras o como pacientes.
Hace un siglo aproximadamente, los médicos de sexo masculino comenzaron a distinguir y diagnosticar una serie de enfermedades raras que sólo parecían afectar a las mujeres.
El resultado fue una serie de absurdos tratamientos que eran prescritos para curar extrañas patologías que parecían afectar a sus rostros, mentes y órganos reproductivos. Una auténtica oda a la ignorancia que hoy nos suenan extremadamente ridículas, no te los pierdas.

Los vapores femeninos.


Los “vapores” eran un diagnóstico un tanto difuso que comprendía todo tipo de desmayos, cambios de humor y hasta el síndrome premenstrual. Una dolencia ambigua que solían padecer con asiduidad las nuevas sufragistas del siglo XIX, un deseo por votar democráticamente que fue visto como parte de un desorden nervioso propio de enfermos mentales. La cura para esta patología era reposo, cama y sales aromáticas para reconfortar el espíritu.

Neurastenia.


La neurastenia era un término utilizado a partir del 1800 para describir cuadros de ansiedad vaga, fatiga, depresión y palpitaciones. La causa de esta enfermedad era el nuevo y frenético ritmo de vida propio del siglo XIX, unas tensiones que según los médicos, al sexo femenino le ocasionaba problemas por soportarlos. En 1829 la neurastenia era muy popular, y miles de mujeres fueron diagnosticadas de ella, como la famosa escritora Virginia Woolf.

La sobrecarga de emociones.


¿Te emocionas con facilidad? ¿Tienes los nervios a flor de piel? Siéntete afortunado de vivir en este siglo, pues si hubieras vivido a mediados del siglo XX siendo mujer, tu vida podría ser bien distinta.
Por aquel entonces un médico llamado Walter Freeman, determinó que la mejor manera de tratar a una mujer excesivamente emocional era cortar sus nervios cerebrales.
Así en 1936, Freeman realizó su primera lobotomía a una ama de casa convirtiéndola en una esposa dócil y servicial. Tras ella, le siguieron muchas más. Según los datos en 1950 más de 50.000 estadounidenses ya habían sido lobotomizados.

Locura.


El término locura provienen del latín vulgar delirare, (de lira ire), que significaba originalmente en la agricultura “desviado del surco recto”, un término que hasta final del siglo XIX se utilizaba para designar un comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas.


En un mundo dominado por el sexo masculino, no es de extrañar que en la Inglaterra del siglo XIX los manicomios y sanatorios mentales estuvieran llenos de mujeres.
De hecho la locura era tan común que al menor síntoma de que la mujer presentase “inquietud mental”, oposición o desafío hacia su marido o padre, podría ser internada en una institución mental de inmediato.
Esposos y padres utilizaron este siniestro procedimiento para librarse de hijas solteronas, mujeres desobedientes, librepensadoras, madres solteras o esposas con opinión propia.

La histeria.


Al igual que la neurostenia, la histeria fue una de esas enfermedades causadas por las tensiones de la sociedad moderna, la histeria provocaba trastornos de ansiedad, nerviosismo, deseo sexual, lubricación vaginal e insomnio que eran “curados” gracias a un masaje genital que sólo los médicos debían practicar.




Estos masajes pélvicos debían de practicarse hasta que los pacientes alcanzaran el “paroxismo histérico”, una serie de convulsiones seguidas de una gran relajación; Lo que hoy llamamos orgasmo.
Con este tratamiento no es de extrañar que la histeria llegase a afectar a un cuarto del total de mujeres de la época, teniendo el doctor que suministrar estos masajes asiduamente. El proceso se hizo tan común que fue un médico el que diseño el primer vibrador de la historia, con el objetivo de que las féminas pudieran tratarse a sí mismas. Pronto estas máquinas se popularizaron, siendo empleadas también para mejorar el cutis y el cuero cabelludo, conseguir una apariencia más ardiente y reducir el dolor.

Las mangueras a presión.



Con el objetivo de que las mujeres no obtuviesen placer de la cura, las mangueras de agua fría a presión se convirtieron en la solución preferida en centros y sanatorio mentales.

La cara de la bicicleta.


La sufragista Susan B. Anthony declaró una vez que “ningún objeto o invento de la historia había hecho tanto por la emancipación de la mujer que la bicicleta”, y es que cuando la mujer no tenía derecho voto o a poseer vehículo, la bici se convirtió en su medio de transporte.
Para impedir la independencia de la mujer y su creciente libertad, los médicos comenzaron inventaron síntomas totalmente ridículos para hacer que se bajaran de las bicicletas y regresaran al hogar.
Así pues el mal de la bicicleta causaba agotamiento, insomnio, depresión, palpitaciones del corazón y la llamada “cara de la bicicleta”, una enfermedad causada por la expresión de torpeza que los ciclistas poseían mientras conducían.

El útero errante.


Si la “cara de la bicicleta” no te ha parecido el colmo de lo absurdo, preparate para el mal del utero errante. Una enfermedad causada por el desplazamiento interno del útero, cambiando la presión interna del cuerpo y provocando vértigo, problemas de rodilla, dolor de cabeza, somnolencia, irregularidades en el pulso, e incluso la muerte.
El tratamiento era tan variopinto como la lista de síntomas, pudiendo curarse con estornudos que lo recolocaban, sales aromáticas en los genitales femeninos, o el mejor remedio: tener un embarazo.


Fuente: Kike Pérez a través de La voz del muro

martes, 25 de agosto de 2015

El harén de las mujeres occidentales es la talla 38

Fatema Mernissi, nacida en Fez en 1940, estudió Ciencias Políticas y fue becada por la Sorbona para un doctorado en la universidad de Brandeis, Estados Unidos. Historiadora, ensayista, doctora en sociología y profesora en la Universidad Mohamed V de Rabat. También ha sido asesora de varios organismos como la UNESCO o la BIT. Es una de las intelectuales marroquíes más conocidas en Europa, destacando por su defensa de los derechos de la mujer y por ser una autoridad mundial en estudios de El Corán, así como por el estudio del impacto de las nuevas tecnologías en el mundo islámico.
Mernissi defiende un concepto humanista donde las mujeres tienen que asumir su papel luchando con la palabra, el arma principal para lograr la igualdad, y un enfoque por la lucha por los derechos humanos y la revolución a través de la mejora de las habilidades de comunicación.

En 2003 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, junto a Susan Sontag.

El harén de las mujeres occidentales es la talla 38

“Mientras intentaba encontrar, sin éxito, una falda de algodón en unos grandes almacenes en Estados Unidos, oí por primera vez que mis caderas no iban a caber en la talla 38. A continuación viví la desagradable experiencia de comprobar cómo el estereotipo de belleza vigente en el mundo occidental puede herir psicológicamente y humillar a una mujer. Tanto, incluso, como la actitud de la policía pagada por el Estado para imponer el uso del velo, en países con regímenes extremistas como Irán, Afganistán o Arabia Saudí.
La elegante señorita del establecimiento me  miró de arriba abajo desde detrás del mostrador y, sin hacer el menor movimiento, sentenció que no tenía faldas de mi talla: ¡Es usted demasiado grande! – dijo.
– ¿Comparada con qué? – repliqué.
– Pues con la talla 38. Lo normal es una 36 o una 38. Las tallas grandes, como la que usted necesita, puede encontrarlas en tiendas especiales.
Era la primera vez que me decían semejante estupidez respecto a mi talla.
– Y ¿se puede saber quién establece  lo que es normal y lo que no? – pregunté a la dependienta como queriendo recuperar algo de mi seguridad si ponía a prueba las reglas establecidas. – ¿Quién ha dicho que todo el mundo deba tener la talla 38? – bromeé, sin mencionar la talla 36, que es la que usa mi sobrina de doce años, delgadísima.
– La norma está presente en todas partes, querida mía. En las revistas, en los anuncios. Es imposible no verlo. Si aquí se vendiera la talla 46 ó 48, que son probablemente las que usted necesita, nos iríamos a la bancarrota. Pero ¿en qué mundo vive usted, señora? Lo siento, pero no puedo ayudarla, de verdad.
–  Pues vengo de un país donde no existen las tallas en la ropa de mujer – repliqué-. Yo misma me compro la tela, y la costurera del barrio o un artesano me hacen la falda que le pido a medida. De hecho, si quiere que le diga la verdad, no tengo ni idea de qué talla uso.
– ¿Quiere usted decir que no vigila su peso? – me preguntó con cierta incredulidad.”

Fatema Mernissi a partir de esta experiencia reflexiona sobre nuestra violencia simbólica en el último capítulo de su obra “El harén en Occidente”, uno de esos pequeños grandes libros de obligada lectura.
Fatema concluye que “a diferencia del hombre musulmán, que establece su dominación por medio del uso del espacio (excluyendo a la mujer de la arena pública), el occidental manipula el tiempo y la luz. Este último afirma que la mujer es bella cuando aparenta catorce años y al dar el máximo de importancia a esa imagen de niña y fijarla en la iconografía como ideal de belleza, condena a la invisibilidad a la mujer madura”. Mernissi añade que no se ataca directamente la edad, sino que se enmascara como opción estética. “En efecto, en aquella tienda no solo me sentí repentinamente horrorosa, sino también inútil. Mientras los ayatolás consideran a la mujer según el uso que haga del velo, en Occidente son sus caderas orondas las que la señalan y marginan… El objetivo es el mismo en ambos casos.” Prosigue: “el poder del hombre occidental reside en dictar cómo debe vestirse la  mujer y qué aspecto debe tener. Es el hombre quien controla la industria de la moda, desde la cosmética hasta la ropa interior. Me di cuenta de que Occidente es la única parte del mundo donde las cuestiones de la moda femenina son un negocio dirigido por hombres. En países como Marruecos la moda es cosa de mujeres.”

Esta es la visión acerca de la violencia simbólica occidental para una mujer árabe culta como Fatema Mernissi. Una visión que personalmente me impactó cuando la leí por primera vez, en tanto que como mujer occidental era la primera vez que sentía sobre mi cultura patriarcal la mirada crítica de una persona de origen árabe, una mirada feminista y taninflexible como nuestras miradas cotidianas al uso del velo y otras costumbres de la cultura patriarcal árabe. Fue un choque enriquecedor.  Verse a través de los ojos de “el otro” siempre lo es.

El fragmento que aquí he reproducido, resumido, su autora lo vivió y escribió hace más de una década, sin embargo no parece tan lejano. Por el contrario, resulta muy actual tanto en las cuestiones que aborda acerca del control sobre la mujer en occidente como aquellas relativas al mundo árabe. Cierto que, a distintos ritmos, se están produciendo avances positivos en ambos hemisferios, pero es un hecho que son lentos y que situaciones como las que vivió la escritora marroquí en aquella tienda estadounidense a finales de los 90, actualmente siguen presentes en nuestro día a día femenino.
Una de las últimas exclamaciones de Fatema Mernissi en este pasaje es: “¡Qué espanto si a los fundamentalistas les diera por imponer no solo el velo, sino también la talla 38!” Añado: ¡qué espanto si a los gurús de la moda occidental les diera por enmascarar de opción estética no solo la talla 38, sino también el velo! Doble e igual espanto si como mujeres de una cultura u otra, cualquiera de ellas no son nuestra real, consciente y libre elección.

 Fuente: El Harén en Occidente, de Fatema Mernissi, 2000, a través de Órbita Diversa

Unidad didáctica. Mujeres y publicidad

Unidad didáctica fruto del trabajo de varias profesoras de Castellón (Mª Carmen Bel Pallarés, Isabel Benavent Ferrando, Mª Luisa Cardona Gerada, Mar Estepa Calavia, Mayte González López, Balbina Milián Ortí, Mª Dolores Miralles Esteller, Gemma Porcar Vilar con coordinación de Mª José Ortí Porcar y supervisión de Mª José Gámez Fuentes), orientada a la consecución de la igualdad y a la sensibilización y reflexión crítica sobre ella en el aula tomando como referencia la publicidad su tratamiento discriminatorio con respecto a hombres y mujeres.

La unidad se divide en dos partes. La primera describe con detalle aspectos de la unidad didáctica como su justificación, objetivos, contenidos, metodología y evaluación.

A continuación, en la segunda, se presentan 5 bloques temáticos, una bibliografía y un anexo con imágenes de anuncios. El último de los bloques se reserva para unas reflexiones finales y la evaluación. Los anteriores desarrollan temas como los medios de comunicación y la publicidad; el sistema sexo-género, roles y estereotipos; la publicidad sexista; legislación y normativa. Al final de cada uno de ellos aparecen propuestas de actividades de enseñanza y aprendizaje.

Esta unidad fue publicada en 2008 por la Fundación Isonomía y la Universitat Jaume I. Podéis acceder a ella pulsando sobre la imagen.