martes, 23 de septiembre de 2014

Transexual en Honduras: con la muerte en los talones

Un artículo de Mercè Rivas Torres publicado en Mujeres



“Está dura, ¿la botamos o la troceamos?”. Estas fueron las últimas palabras que, medio inconsciente, escuchó la hondureña Alejandra antes de que echasen su cuerpo por un barranco. A sus 34 años, explica a EL PAÍS su historia y su pecado: ser transexual. Ahora vive en Madrid, el Gobierno le ha concedido el estatuto de refugiada, trabaja de limpiadora y dice tener una pareja que la quiere, aunque ella sigue desconfiando de todo lo que le rodea.

No puede olvidar la frase: “Esta dura, ¿la botamos o la troceamos?”. La dijeron los mismos hombres que la secuestraron, según su relato siguiendo órdenes de la policía, por el hecho de ser una conocida luchadora por los derechos de los transexuales. Pensaron que había muerto tras las duras torturas recibidas.

“Cuando descendía violentamente, con las manos y pies atados por el barranco quisieron rematarme con varios disparos, pero estaba viva”, explica Alejandra desde el Centro de Acogida de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado). Pero en esos segundos de desesperación pudo recordar cómo una noche un grupo de cinco hombres tiraron la puerta de entrada de su casa y la anestesiaron con un algodón que le introdujeron en la boca.

Durante un mes fue golpeada, le cortaron al cero el pelo, la violaron, se orinaron sobre ella y, sin dejarla descansar, volvían de nuevo a pegar, a violar, a orinar. “No podía cerrar los ojos de lo hinchados que estaban, pero quizás uno de los peores momentos fue cuando me clavaron un punzón en la cabeza y después me lo intentaron clavar dentro de la boca” recuerda con fuerza Alejandra.

No sentía su cuerpo y en varias ocasiones se quiso suicidar. “Me intenté comer el algodón de un colchón pero no tuve éxito, después me quise ahorcar pero se me cayó el alambrado encima. Sólo le pedía a Dios que se me llevase”, se lamenta. Cuando llegó al fondo del barranco, se dio cuenta que además de recibir dos balazos se había roto varios huesos. “Gracias a una vecina pude salir de allí, me dio una bata azul y algunas monedas con las que pude llamar a mi madre”, explica emocionada.

La familia la llevó al centro Renacer y allí durante varios días le estuvieron cuidando las heridas hasta que el grupo Arco Iris, que defiende los derechos de gais, lesbianas y transexuales, la ayudó a salir del país vía Nicaragua.

Tras una mala experiencia en ese país y con la ayuda de su amiga Alaska llegó a Río de Janeiro. Pero las pesadillas de lo vivido no la dejaban ni vivir ni dormir. Su vida continuaba siendo una pesadilla. Hasta que un buen día, su madre -la cual en este intervalo de tiempo sufrió dos infartos-, le comunica que tras muchos años de convivencia, su padre y ella han decidió casarse por la iglesia.

En Honduras muchas parejas comienzan casándose por lo civil y cuando ya tienen cierta posición económica, lo hacen en un altar. “Mi madre me dijo que volviese al país, que su mayor ilusión es que yo, como peluquera de éxito que había sido, tenía que ser quien la maquillase y la peinase para la boda”, comenta sonriendo Alejandra mientras me enseña una y otra vez fotos de su madre en el móvil.

Pero su estancia en Honduras volvió a ser complicada. Se tuvo que ir a vivir a un pequeño pueblo, Jesús de Otoro, para que nadie la reconociese. El día de la boda todos los asistentes se quedaron muy impresionados al verla, ya que pensaban que realmente Alejandra había muerto en el barranco.

“Al día siguiente tuve que salir corriendo de Tegucigalpa y volver de nuevo a la montaña, pero rápidamente me localizó la policía. Lo que ocurre es que esta vez en lugar de apuñalarme a mí lo hicieron a mi mejor amiga ya que nos confundieron por la calle”.

En ese momento tuvo claro que no podía vivir en un país en donde gobernaba el presidente Porfidio Pepe Lobo, que había dicho nada más llegar al poder que iba a acabar con la mayor “lacra del país”. No se refería a las Maras (violentos grupos que se dedican a la extorsión y el robo u operan como sicarios de los cárteles del narcotráfico), sino a los transexuales. Era su gran obsesión. La situación no ha cambiado con el presidente actual, Juan Orlando Hernández.

Un informe, elaborado por el Comisionado Nacional de los Derechos Humanosdenunciaba constantes asesinatos a abogados, periodistas, gays, transexuales o maestros, con el agravante de que todos los casos siguen en la impunidad. Más de medio centenar de miembros de la comunidad LGTB fueron asesinados en los últimos tres años de la administración Lobo y se calcula que hay cientos de desaparecidos. En estos momentos se calcula que hay en Honduras alrededor de 500 asesinatos mensuales.




Ante tal situación, los padres de Alejandra vendieron sus pertenencias y sacaron del banco los únicos ahorros que tenían para comprarle un billete para España. Atrás dejaba muchos recuerdos. Algunos buenos pero muchos muy duros, ya que en plena adolescencia se tuvo que ir de su casa, ya que sus padres la rechazaban por querer ser una chica. Al principio se sentía bien simplemente como un chico gay, pero poco a poco sintió la necesidad de convertirse en una mujer. El primer paso fue dejarse el pelo largo.

Junto a su transformación física llegó también la combativa y comenzó a militar en la organización Arco Iris llegando a ser dirigente. Pero junto a esta lucha por defender los derechos de los transexuales llegaron los insultos, las palizas en medio de la calle, los atropellos de coches o las persecuciones de las Maras. Honduras está catalogado como el país más violento del mundo, según Naciones Unidas. Su tasa de homicidios es de 90,4 por cada 100.000 habitantes.




Al aterrizar en Barajas, Alejandra pensó que a partir de ese momento ya podría vivir con tranquilidad, pero todavía le quedaba un último obstáculo que superar. La policía le denegó la entrada y le hizo firmar una orden de expulsión, pero horas antes de subir de nuevo en un avión con destino Honduras un abogado de CEAR se acercó a ella y le informó que tenía derecho a pedir asilo político, ya que en su país estaba siendo perseguida y si retornaba lo más seguro es que fuese asesinada.

Ahora, Alejandra, con la seguridad que le da estar legalmente en España, sueña con poder vivir tranquilamente con Oscar, su novio pintor, y poder seguir trabajando. Por ahora, y hasta septiembre, lo hace como limpiadora pero su sueño es volver a ser peluquera como lo era en Honduras, donde llegó a regentar dos peluquerías. Mientras tanto prepara su currículum para entregarlo en las peluquerías de Madrid.

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